domingo, 27 de octubre de 2013

El pececito que quería se tiburón



La arena de la isla era clara y brillante. La brisa marina, penetró en sus pulmones, como un regalo, y las cristalinas aguas azules le proporcionaron un viaje de lo más tranquilo. Un hombre montado a caballo, le esperaba al comienzo del bosque con un hermoso corcel negro. Su elegante armadura, los símbolos de su escudo, y su espectacular capa blanca, le hicieron comprender al capitán que se encontraba ante el dueño de esa maravillosa tierra. Sin dudarlo ni un segundo se subió al espectacular caballo.
                -Puedes quitarte la capucha aquí, nadie te va a dañar.
La última vez que me dijeron eso entre en guerra con el gobierno mundial
                -Ante todo, -comenzó él- decir que es un honor recibir a un capitán tan admirado como usted. Estoy seguro que lograremos llegar a algún acuerdo.
¿Aunque mi aspecto sea tan vulgar?
Durante horas galoparon por el bosque, que cada vez se hacía más denso y húmedo. Sus ojos vislumbraron una chimenea de piedra y humo.
                -Ya estamos llegando –Dijo el gran señor.
 Pronto sus monturas pasaron por la “fuente” de la ciudad. Canteras, minas, granjas, aserraderos, molinos, todos ellos llenos de gentes humildes trabajando duramente y sin atreverse a mirarlos.
El portón de la muralla se abrió ante ellos, trompetas, soldados, y guardias se alinearon ante ellos, dándoles la bienvenida. La ciudad era impresionante, tenían eruditos y científicos trabajando e investigando juntos, cuarteles de formación de soldados, talleres, embajadas, salones de caballeros, y por fin, el gran castillo. Sus torres grandes y numerosas, muros repletos de guardias y maquinaria de guerra, e impresionantes estandartes por doquier.
Sin más dilación desmontaron y caminaron juntos hasta una gran sala. Su acompañante, se dirigió hacia un gran trono de madera y se sentó.
No deberías sentarte si el que necesita apoyos eres tú
                -Bueno capitán, o más bien debería llamarlo alto mando. -sus ojos verdes miraron a su elegante acompañante- Mis exploradores son bastante buenos.
                -Ya veo.
                -En este reino, sus hombres y usted tendrán cabida siempre que lo necesiten, serán nombrados reclutas y soldados del reino, y se pondrán a disposición de mi general para que les entrene. Se les asignará un territorio, y un pequeño castillo cerca de aquí. Deberán sacarlo adelante, y proporcionarán a esta ciudad la mitad de sus beneficios. Serán…
                -¿Con quién se cree que está hablando? -el señor se calló de inmediato- Somos piratas, hace un par de meses ganamos la guerra al gobierno mundial, para que la gente fuera libre y no tuviera que postrarse ante cuatro señores con dinero. Y ahora me viene usted prometiéndome tierras que yo no necesito, y por si fuera poco quiere ponernos a mí y a mi tripulación a entrenar como simples soldaditos. No me haga reír, con solo la mitad de nosotros podríamos rendir esta ciudad. ¿Se cree que si acepto luchar para usted como aliado le iba a regalar el beneficio de la población ha conseguido con su trabajo? Sinceramente me ha hecho perder un día magnifico.
Y poniéndose la capucha blanca sobre su rostro, se dio media vuelta.
                -Pero… ¿A dónde va? Si en su pequeña isla solo viven su tripulación y una pareja de ilusos.
                -Tenga cuidado con lo que dice, no vaya  arrepentirse. De hecho, creo que voy a disfrutar de sus maravillosas playas antes de que acabe el día. Qué le aproveche su trono y sus lujos, porque estoy seguro de que no le van a durar.

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