Las puertas del gran castillo se abrieron ante él. El
anciano que habían visto en el pueblo salió con ritmo pausado. Sus marrones
ojos observaron a ambos viajeros de capucha blanca.
-Acompañarme.
Ambos capitanes confusos se miraron, pero le siguieron a
través del pasillo. Arriba, izquierda, abajo, otra vez arriba. Durante minutos
cruzaron pasillos y lujosas salas. En un momento, el anciano se detuvo frente a
una gran puerta.
-Aquí
deberás ser tú capitán del barco, quien abra la puerta, pues solo tú deberás
afrontar lo que hay tras ella.
Sus manos no dudaron un instante, y abrieron las puertas de
par en par.
Una sala gran luz azul se alzaba ante ellos. En las paredes
cuadros de antiguos capitanes con capucha blanca, brillantes pero antiguas
espadas, y una gran mesa en el centro rodeada de cómodas sillas.
-Al fin
llegáis. Llevamos días esperando -dijo una figura desde el fondo de la sala.
El capitán no pudo evitar su grito de asombro. Sus antiguos
capitanes se encontraban ante él. Ocultaban su rostro con sus capuchas, pero
sin duda eran ellos.
-Pero… ¿vosotros
que hacéis aquí?
-Tenías
razón –dijo una de ellos quitándose la capucha- Hace un año cuando encontraste
nuestra aldea. No debimos... darnos por vencido, no debimos hacerte cargar con tal
peso sobre tu espalda, no debimos… abandonarte.
-No
importa… a vosotros os debo mi educación. Puede que aún no sea tarde para…
Todos los presentes se arrodillaron.
-No
podemos ingresar en tu tripulación como piratas, pero si permítenos acompañarte
en tu viaje. Estamos orgullosos de ti… CAPITÁN.
El segundo capitán del barco se giró al anciano.
-¿Cuándo
empezamos el último entrenamiento?
-¿No habéis
cruzado todo el desierto solos? Eso demuestra vuestra auténtica capacidad como
capitanes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario