El viento
helado era lo único que rompía el silencio del tenebroso lugar. El lugar donde
los muertos descansaban. El capitán lo cruzó sin detenerse un segundo, pues
bien se sabía que ese tipo de lugares no era de su agrado. Cuando por fin llego
al acantilado, divisó la tumba. El más hermoso de los lugares para descansar,
allí frente al mar y guardando a la tranquila ciudad. Si, un derecho reservado
solo para los más fieles guardianes de la ciudad.
El capitán se
acercó lentamente y sus dedos tocaron la piedra. Si no tuviera la blanca
capucha puesta, su rostro, dejaría al descubierto unas suaves lágrimas. Aún
recordaba el respetó que infundía, no ganado con miedo, sino con su cariño
inagotable. A día de hoy el capitán no había visto hombre capaz de igualar su
fuerza, valor, y corazón. Él, que luchó en batallas mucho más feroces que las
suyas, y con el doble de enemigos, solo para poder sobrevivir junto a sus seres
queridos, y siempre con esa fuerza
sobrehumana y su sonrisa. Fuera quien fuese el enemigo (o “fato” como decía
él). De pronto, el capitán se sintió un estúpido. Sus batallas no son nada
comparados con las que él libró tiempo atrás.
El capitán se
levantó. “No, no podrán conmigo, ya me he cansado. Les he dado suficiente
tiempo a todos, no toleraré más, se lo debo a él” Pensó orgulloso. En ese
momento, el viento trajo consigo una voz: “Te ayudaré a cumplir tu juramento
renovado”, en ese instante de segundo la piedra se quebró dejando a la vista la
vieja espada y el traje de guerra que el antiguo guardián solía llevar.
El capitán se
despertó. Su camerino estaba en silencio. Acababa de oír la familiar voz en
sueños. No pudo volver a conciliar el sueño. Cuando los primeros rayos de sol
aparecieron decidió salir de su camerino. Con cuidado se apoyó en la barandilla
de popa, aún se podía divisar el acantilado, donde él descansaba. Uno de sus
marines le devolvió a la tierra:
-Señor, hemos recogido del mar una
vieja caja.
El capitán
observó la caja, había algo familiar en ella. Cuando la abrió un grito de
asombro recorrió el barco. La vieja espada y el traje de guerra con capucha blanca
habían llegado hasta él. Eso significaba que los había heredado.
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