miércoles, 2 de enero de 2013

El regalo del toro caído.



El viento helado era lo único que rompía el silencio del tenebroso lugar. El lugar donde los muertos descansaban. El capitán lo cruzó sin detenerse un segundo, pues bien se sabía que ese tipo de lugares no era de su agrado. Cuando por fin llego al acantilado, divisó la tumba. El más hermoso de los lugares para descansar, allí frente al mar y guardando a la tranquila ciudad. Si, un derecho reservado solo para los más fieles guardianes de la ciudad.
El capitán se acercó lentamente y sus dedos tocaron la piedra. Si no tuviera la blanca capucha puesta, su rostro, dejaría al descubierto unas suaves lágrimas. Aún recordaba el respetó que infundía, no ganado con miedo, sino con su cariño inagotable. A día de hoy el capitán no había visto hombre capaz de igualar su fuerza, valor, y corazón. Él, que luchó en batallas mucho más feroces que las suyas, y con el doble de enemigos, solo para poder sobrevivir junto a sus seres queridos,  y siempre con esa fuerza sobrehumana y su sonrisa. Fuera quien fuese el enemigo (o “fato” como decía él). De pronto, el capitán se sintió un estúpido. Sus batallas no son nada comparados con las que él libró tiempo atrás.
El capitán se levantó. “No, no podrán conmigo, ya me he cansado. Les he dado suficiente tiempo a todos, no toleraré más, se lo debo a él” Pensó orgulloso. En ese momento, el viento trajo consigo una voz: “Te ayudaré a cumplir tu juramento renovado”, en ese instante de segundo la piedra se quebró dejando a la vista la vieja espada y el traje de guerra que el antiguo guardián solía llevar.
El capitán se despertó. Su camerino estaba en silencio. Acababa de oír la familiar voz en sueños. No pudo volver a conciliar el sueño. Cuando los primeros rayos de sol aparecieron decidió salir de su camerino. Con cuidado se apoyó en la barandilla de popa, aún se podía divisar el acantilado, donde él descansaba. Uno de sus marines le devolvió a la tierra:
            -Señor, hemos recogido del mar una vieja caja.
El capitán observó la caja, había algo familiar en ella. Cuando la abrió un grito de asombro recorrió el barco. La vieja  espada y el traje de guerra con capucha blanca habían llegado hasta él. Eso significaba que los había heredado.

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