El barco
avanzaba suavemente. El mar, tranquilo, ofrecía su mejor faceta, como si de un
amigo se tratase. La tripulación llevaba ya dos jornadas enteras navegando, sin
parar en ningún puerto, avanzando lentamente, en la misma dirección. Su capitán
sabía que tarde o temprano tendrían que parar, pues la despensa se estaba vaciando
a una velocidad asombrosa. Pero no quería desembarcar en territorio del
gobierno central, no regalaría el pellejo de su tripulación, a ningún alto
cargo sediento de poder y reconocimientos. Además uno de sus segundos de a
bordo todavía no había vuelto, y comenzaba a preocuparse, ¿Le habría pasado
algo? ¿Les querría abandonar? Las dudas cada vez ganaban más terreno en su
mente.
Y bien sabía
el capitán, que con todo esto el gobierno central se había empeñado en
encontrarle, no les daría ese placer. Él solo encontraría el barco en forma de
isla, y se presentaría donde lo reclamaban. Así les demostraría a esos engreídos
que no le harían hincar la rodilla, por muchos reconocimientos que tengan. ¿Qué
deparará los próximos días? No lo sabía, pero una cosa estaba clara, él podría
sentirse orgulloso de estar haciendo lo que cree correcto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario