La isla era increíblemente atractiva. Sus habitantes reían,
gritaban, y corrían, por los mercados del puerto. Felices, sin que nadie les
dijera que no podían ganarse la vida allí. Todos y cada uno de ellos vivían
como querían y como mejor sabían. El capitán que esta vez dejaba su rostro al
descubierto, aunque sí que vestía la habitual túnica de guerra blanca, se
dirigió con paso firme a la casa más grande de la isla. “Casa grande, supone
que su dueño ha tenido éxito” Pensaba una vez y tras otra el capitán, y aunque
eso no era cierto de las aguas de las que venían, ahora estaban en las islas
libres.
La casa no tenía puerta, solo una pequeña cortina con
colores chillones. El capitán entro sin dudarlo, en su interior un anciano
conversaba con sus guardias personales. Al verlo, le sonrió, y se acercó:
-¿Pero
qué tenemos aquí? Un capitán nuevo en la ciudad. Antes de que preguntes, lo sé
por tu indumentaria. ¿Qué le trae por aquí, armas, o quizá hombres?
-Consejo
– Dijo el capitán mirándole a los ojos. – Necesito saber sobrevivir en estas
aguas.
-JAJAJA.
¡Vaya muchacho, sí que me has sorprendido! Un capitán que no se cree el dueño
del mundo… me gusta. ¿Y para qué necesitas sobrevivir aquí, por favor?
-Para
navegar por donde yo decida, y con quien yo decida sin que nadie se atreva a
ponerse delante y así para asegurar el bien de mi tripulación.
-Bueno
chico, te advierto que no va a ser fácil.
-No
necesito que sea fácil, solo necesito conseguirlo.
-Pues
más te vale tener paciencia, porque un cascarrabias como yo, navegará contigo
día y noche.
-¿Y su
casa? ¿Sus hombres? – Preguntó el capitán algo asustado.
-Tranquilo,
estarán bien. Quedan en buenas manos.
“Es increíble, ha conseguido la seguridad que yo ando
buscando” pensó el capitán mientras subían al barco de nuevo “Debo aprender
todo lo que pueda de él”.
-¿Preparado
para la aventura, capitán? – Preguntó el anciano con una sonrisa.
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