La tranquilidad reinaba en el barco con mascarón de lobo.
Hacía un par de horas que se habían marchado, todos y cada uno de los barcos
aliados. Todos menos uno, el cual los seguía en la lejanía. El capitán con su
habitual capucha blanca, cubría el turno de guardia, apoyado en la madera de
babor, en silencio, mirando al horizonte con una sonrisa. Con la vista fija en
una isla que se movía lentamente, acariciando el agua, y fundiéndose con la nieve
que ahora caía sobre ella.
Sus aliados, ya en camino de la siguiente misión, le hicieron
ver el camino correcto. Puede que lo hicieran de forma inconsciente, pero eso
es lo que les hace tan especiales. Cada
uno de los capitanes, felicitaron su trabajo
con el viejo barco, y a modo de agradecimiento ayudaron a mejorar aún más el
barco, mejorando su velocidad y su resistencia. Ahora él y su tripulación
podrían navegar durante más tiempo.
Tras una última mirada a la isla móvil, el capitán se
dirigió hacía el navegante. Este le dedico una sonrisa. La sonrisa que le
dedicaba ahora toda la tripulación. Le miraban con admiración, pero el capitán
seguía sin entender porque, solo había invitado a un par de aliados a compartir
un par de días. Sin dar a conocer sus pensamientos, solo dijo:
-Cambio
de rumbo, zarpamos en dirección a las islas libres.
Había meditado, aquella decisión demasiado. No consentiría,
que su tripulación complete su entrenamiento con un capitán que se conforma con
los restos de una guerra anterior. Era la hora de hacer las cosas a su manera.
Ya no más altos mandos, ni protocolos, su viejo barco está hecho para navegar
sobre el mar azul, no para pudrirse en un dique.
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