miércoles, 29 de mayo de 2013

Cuaderno de Bitácora



Recuerdo el primer día que los vi. Mi situación no era la mejor lo confieso, pero no me malinterpreten, había sido testigo de la destrucción de todo aquello que habían construido grandes personas con su propio esfuerzo. Personas que nos mostraron a ser verdaderas personas ante el mundo. Había sufrido traiciones, abandono, y desconfianza. Y aun a pesar de todo, yo solo cargue quizá con más peso del que debía, pero si no lo hacía yo ¿Quién lo hubiera siquiera intentado? Y después de romperme la cabeza una y otra vez con quien no quería ayudarse a sí mismo, mientras gente que no sabía nada de coordinar invertía su atención en encuentros estúpidos e ideologizados, los vi por primera vez. Inocentes jóvenes, unidos como antaño. La verdad, confieso que causaron una curiosidad en mí. Tenían algo diferente, pero en ese momento no sabía qué. Y después de un año de continuas decepciones, fueron ellos y solo ellos, los que dieron sentido a todo mi esfuerzo.
Llegó un segundo año, y tras horas de espera, puede ver aliviado que respondieron a mi llamada. Pero… ¿Por qué? Si  solo me conocían de cinco días. Me miraban todos con admiración, no lo entendía, solo había cumplido con mi trabajo, y me miraban como a un hermano (o eso es lo que yo pude percibir). Y en ese momento tomé una de las decisiones más importantes de mi vida, darles una oportunidad, y señores cuál fue mi sorpresa  que lo que antes intenté una y otra vez, supuso un éxito con este extraño grupo. Y sin darme cuenta pasaron los meses a una rapidez asombrosa. Y podía ver los frutos, pues ya no eran esos pequeños inocentes, ahora pensaban, sentían, observaban, cuestionaban, hablaban, reían, actuaban, poco a poco fueron desarrollando un fondo interno aún mayor del que tenían (que ya de por si era grande). Y tras otros grandes encuentros, aprendí a construir una especie de puente geográfico, ya no estaba solo, había recuperado apoyos que habían sido cortados. Y por fin todos juntos logramos colocar un segundo pilar  a la base que tanto dolor me costó asentar.
Llegamos a mi tercer año, era evidente que ya no era un novato, en mi primer año había aprendido a fiarme solo de mí mismo, y en el segundo, había aprendido a convertirme en algo parecido a aquellas grandes personas que tanto me enseñaron, así que sin pensármelo dos veces, tomé una vez más las riendas de este pequeño pero envidiado grupo. Y adentrándonos ya en problemas y necesidades actuales, se demostró que su saber, y madurez eran dignos de admiración, y que por supuesto su anterior… llamémosla “formación personal” había sido la correcta. Y así un año más me demostraron que mis esfuerzos y continuos quebraderos de cabeza, tenían sentido.
Lo confieso, no todo fueron aciertos, y como todo ser humano yo me equivoco muchas veces. Pero si me dieran  a elegir, sin duda me volvería a equivocar cien veces más mientras esté a su lado. Y sin duda no habría conseguido nada si no hubiera recibido el apoyo de grandes personas que decidieron ayudarme con la gran responsabilidad que llevo a mis hombros. Por amistad, por recuperar tiempos añorados, o simplemente porque nuestros caminos se cruzaban. Sin ellos sin duda no hubiera aguantado. 

Ahora que lo que estaba roto ha sido reparado, puede que muchos piensen que mi tarea ha concluido, pero mientras mi pequeño grupo requiera de mi apoyo, y sigan existiendo ramas podridas en este gran árbol lleno de flores, mi tarea aún tendrá sentido.



sábado, 25 de mayo de 2013

La hoguera de la esperanza



La hoguera, delató su posición, y ahora lo había localizado. Ella bajo su capucha blanca caminó sobre la arena hacía la gran fogata, y allí lo encontró sentado mirando al fuego, sin su capucha, ausente, sin su habitual sonrisa. Solo miraba al fuego como si de un vacío se tratase, absorto en sus propios pensamientos. Ella se quitó la capucha y sentó a su lado, y con cierta duda preguntó:
                -¿Qué haces?
                -Nada – Contestó el capitán – No hago nada, ese es el problema. ¿Qué haces aquí, ya has tomado una decisión?
El silencio le dio la respuesta.
                -No lo entiendo – Empezó el capitán – Si no has tomado una decisión, ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué llevas nuestras ropas?
                -No lo sé.
El capitán se levantó, y tiró un pequeño papel al fuego, el cuál obediente engulló y redujo a cenizas en segundos. Tras verlo desaparecer, el capitán dio media vuelta y comenzó a alejarse de la hoguera.
                -¿Qué era eso? – Preguntó la capitana aun sentada al lado del fuego.
                -Algo que solo tú puedes recuperar.
Y un segundo después una ráfaga de viento hizo desaparecer al capitán. Y la playa, y la hoguera ya no parecieron tan seguras. 

jueves, 23 de mayo de 2013

Dudas infinitas



El parque mostraba su faceta de tranquilidad mientras el joven can caminaba hacia su destino. En un segundo, se paró, volvió atrás y la vio. La vieja estructura, se encontraba igual que la última vez que la había dejado. Se sentó sobre sus patas traseras, y la observó sin mover ni un bigote de su hocico. Allí había comenzado todo. Cuando no era mucho más que un cachorro no dejaba de subir y bajar corriendo la empinada estructura, sin miedo, sin importar que podría pasar, sin valorar las posibles consecuencias. En ese momento una brisa marina le devolvió a la tierra. Pero… ¿brisa marina? ¡Si estaba en el interior! Era algo inexplicable, pero el mar le llamaba, y su corazón deseaba con todas sus fuerzas ir, pero también quería seguir observando la estructura. Cuando sus patas traseras ya comenzaban a levantarse, un olor dulce le penetro por el hocico, hacía tanto tiempo que no lo olía, que volver a sentirlo era un verdadero regalo. Cualquiera que lo viera, todo un perro adulto como él, allí sentado haciendo amagos de izquierda y derecha, mientras no dejaba de mirar una vieja estructura. Pero… ¿Por qué tenía que elegir? Con lo fácil que sería combinar las tres cosas, con cada uno podía llegar a ser el perro más feliz del mundo, pero cada uno seguía olores diferentes, tendría que elegir uno. El feliz pasado, lo más deseado, o quizá abrir un posible gran camino. Tendría que hacerlo pronto, antes que acaben por desaparecer por completo todos ellos.

lunes, 20 de mayo de 2013

El ruido de los martillos



El ruido de los golpes de martillo, rompía el silencio de la playa donde un día estuvo anclado un barco con mascarón de lobo. Toda la tripulación trabajaba con una sonrisa en el rostro. Cortaban, lijaban, barnizaban, colocaban, y unían. Puede que ellos no lo vieran, pero desde lo alto del acantilado, su esfuerzo comenzaba a tomar forma de barco. Tan ensimismado estaba el capitán, allí sentado, observando tal esfuerzo, que no reparó en la presencia del anciano a su espalda.
                -¿Por qué te sientas aquí arriba para mirar una y otra vez el mar? – Su voz era lenta y áspera. - Sabes que no volverá, y sin embargo, llevas todo el mes viniendo aquí.
                -Supongo que este sitio me ayuda a recordar, y a pensar.
                -¿Supones? No joven capitán, ¿sabes o no sabes? – Comentó el anciano dirigiendo su mirada hacía la playa - ¿Y ellos? ¿Por qué intentas que sigan unidos en tu tripulación? No les debes nada.
                -Porque no se merecen sufrir las consecuencias de una guerra que ellos no provocaron. Además su formación aún no ha acabado.
                -Ya veo. Muy bien, joven capitán, te esperaré al este, si consigues llegar, triunfarás en tu decisión. Cuidado en tu viaje y buena suerte. –Dijo el anciano dos segundos antes de esfumarse con el viento.
El capitán se tiró sobre  la hierba,  y sus ojos verdes bajo la capucha observaron la primera estrella de la noche que en breves momentos llegaría “Aquella estrella de allá”.
                -Sé de sobra que no volverá, y gracias por la suerte, la necesitaré.