La lluvia le acariciaba suavemente la cara, como pequeños
besos que se posaban en sus mejillas. Se dirigió sin dudarlo ni un segundo al
pequeño castillo. El guardia al reconocerlo se arrodilló, y bajó la vista
murmurando algo parecido a “señor”,
él con una mueca entró, y la situación se fue repitiendo a medida que se
cruzaba con los habitantes del castillo. “Panda
de cretinos insolentes” pensó con rabia. Y cuando por fin abrió las
puertas, vio al mensajero.
-¿Qué
noticias traes del centro? – Le preguntó sin entretenerse.
-Corrupción,
envidia, rabia, miedo, enemigos, y sobre todo un gran desertor. Y a pesar de
todo, la reina central no pierde ni un ápice de fuerza, ni la sonrisa. Espera
paciente que el desertor regrese. Mi señor no sería conveniente…
-No
vuelvas a llamarme “señor” ¿Entendido? Aquí arriba no se aceptan los rangos del
sur. Uno es lo que uno siembra. Por eso la reina central es reina central, se
lo ha ganado a pulso.
-Perdón
se… Perdón. No cree que sería conveniente enviar ayuda.
-El
desertor no me preocupa, tiene un buen corazón, pero le puede la inocencia,
seguro que tarde o temprano reconocerá su error. En cuanto a los enemigos, a la
reina central le sobrará una mano cuando les aparte de su camino. Pero aun así
escribe esto: “Pronto, pronto. Aguarda mi
llegada y prepara un banquete digno de tus esfuerzos”.
Y dicho esto, se dirigió a la salida, haciendo caso omiso de
nuevo a todas las reverencias acompañadas de murmullos llamados “señor”. Cuando salió del pequeño castillo,
su antigua tripulación le aguardaba. “Ahora
no son más que mercenarios, ni siquiera eso. ¿Cómo ser un monarca en el norte,
si ni siquiera soy capad de darles a ellos la posición que se merecen? No, la vida real no es para mí. Me centraré
en volver a ser capitán, y que está sea
mi tripulación, y creo que ya sé por dónde empezar.”
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