La hoguera, delató su posición, y ahora lo había localizado.
Ella bajo su capucha blanca caminó sobre la arena hacía la gran fogata, y allí
lo encontró sentado mirando al fuego, sin su capucha, ausente, sin su habitual
sonrisa. Solo miraba al fuego como si de un vacío se tratase, absorto en sus
propios pensamientos. Ella se quitó la capucha y sentó a su lado, y con cierta
duda preguntó:
-¿Qué
haces?
-Nada –
Contestó el capitán – No hago nada, ese es el problema. ¿Qué haces aquí, ya has
tomado una decisión?
El silencio le dio la respuesta.
-No lo
entiendo – Empezó el capitán – Si no has tomado una decisión, ¿Por qué estás
aquí? ¿Por qué llevas nuestras ropas?
-No lo
sé.
El capitán se levantó, y tiró un pequeño papel al fuego, el
cuál obediente engulló y redujo a cenizas en segundos. Tras verlo desaparecer,
el capitán dio media vuelta y comenzó a alejarse de la hoguera.
-¿Qué
era eso? – Preguntó la capitana aun sentada al lado del fuego.
-Algo
que solo tú puedes recuperar.
Y un segundo después una ráfaga de viento hizo desaparecer
al capitán. Y la playa, y la hoguera ya no parecieron tan seguras.
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