El parque mostraba su faceta de tranquilidad mientras el
joven can caminaba hacia su destino. En un segundo, se paró, volvió atrás y la
vio. La vieja estructura, se encontraba igual que la última vez que la había
dejado. Se sentó sobre sus patas traseras, y la observó sin mover ni un bigote
de su hocico. Allí había comenzado todo. Cuando no era mucho más que un
cachorro no dejaba de subir y bajar corriendo la empinada estructura, sin
miedo, sin importar que podría pasar, sin valorar las posibles consecuencias.
En ese momento una brisa marina le devolvió a la tierra. Pero… ¿brisa marina? ¡Si
estaba en el interior! Era algo inexplicable, pero el mar le llamaba, y su
corazón deseaba con todas sus fuerzas ir, pero también quería seguir observando
la estructura. Cuando sus patas traseras ya comenzaban a levantarse, un olor dulce
le penetro por el hocico, hacía tanto tiempo que no lo olía, que volver a sentirlo
era un verdadero regalo. Cualquiera que lo viera, todo un perro adulto como él,
allí sentado haciendo amagos de izquierda y derecha, mientras no dejaba de mirar
una vieja estructura. Pero… ¿Por qué tenía que elegir? Con lo fácil que sería
combinar las tres cosas, con cada uno podía llegar a ser el perro más feliz del
mundo, pero cada uno seguía olores diferentes, tendría que elegir uno. El feliz
pasado, lo más deseado, o quizá abrir un posible gran camino. Tendría que
hacerlo pronto, antes que acaben por desaparecer por completo todos ellos.
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