El viento anulaba cualquier sonido, el frio congelaba
cualquier movimiento, y la nieve dificultaba su vista. Estaba ya muy al norte,
pero aun no era lo suficiente. Con cansancio se detuvo y respirando poco a
poco, miró a su espalda. El rojo color de la sangre teñía el blanco camino
lleno de cadáveres… la boca de su revolver emanaba un grisáceo humo.
En el fondo del camino un joven se acercó caminando. Sin dudarlo
sus manos levantaron el revólver, y sus ojos verdes apuntaron. Pero él seguía
caminando…
El sonido de su última bala golpear en el blanco, le hizo
temblar. El joven había recibido el impacto… sus rodillas tocaron el congelando
suelo ya no tenía más balas, y aún quedaba mucho camino por andar.
El joven caminante se levantó lentamente… su brazo sangraba,
¿no lo había matado? Aun de rodillas sus fríos ojos verdes le miraron… le estaba
apuntando con una espada.
-¿Quién
eres y porqué me has disparado? –preguntó él con desprecio.
-Solo quiero
continuar…
-Mira en
que te has convertido…
El sordo sonido de la espada al caer a su lado le
sobresaltó. Sin comprender le miró.
-Sigue
caminando, hacia el norte… pero no olvides quien eres. Sé que las cosas han
cambiado, pero si eres quien creo que solías ser, volverás. Nosotros
esperaremos tu regreso.
No se movió ni un centímetro… lo vio marchar, allí de
rodillas, con la espada en sus manos. Su voz no produjo sonido alguno, pero sus
verdes ojos desprendían dos lágrimas frías como el hielo. Se sintió estúpido…
había cometido un error, un error que en el otro mundo… jamás habría cometido.
Aun a pesar del frio y de sus dolores, se incorporó. Y
portando su añorada espada a la espalda continuó caminando hacia el norte, con
los ojos fijos en el horizonte.
A David por devolverme la espada.
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